Es en la Edad Media cuando se forja y troquela el Galgo Español. Conforme avanza la Reconquista, se van repoblando las tierras que pasan al dominio de los reyes cristianos. En una primera etapa, en la que se llega hasta el Duero (siglos IX y X), las tierras yermas de Castilla la Vieja son ocupadas por iniciativa privada, los monjes fundan cenobios en comarcas desiertas y grupos de repobladores con pocos medios de roturación se apropian de pequeñas extensiones de tierra junto a estos monasterios. Así se puebla la tierra sin cultivar entre el Duero y el Tajo. Más al sur son las órdenes militares de San Juan, Santiago, Calatrava, Alcántara, Santa María y el Arzobispo de Toledo, formando una casta militar que constituye la milicia más eficaz contra bereberes y almohades, las que conquistan inmensas extensiones y se encargan de la repoblación de esas tierras que se extienden hasta el Guadiana. El cultivo de la tierra y fundamentalmente el pastoreo se constituyen como sistemas de supervivencia. En este momento se iniciaba la que posteriormente sería la mayor potencia destructiva del medio ambiente, la desarrollada por ganaderos y agricultores mediante una intensa labor de deforestación que en España ocuparía toda la lerga Edad Media. La liebre se asienta en los terrenos de siembra. Las grandes extensiones de terrenos baldíos y barbechos producen un incremento de las piezas de caza, consolidándose la tradición a las carreras de liebres con Galgos, práctica común tanto en los reinos árabes como cristianos. La guerra y la caza se confunden en estos años en que como decía David Salamanca “El lebrel, el caballo y el galguero eran tres grandes guerreros”. Nos da constancia del aprecio que el Galgo suscitaba en estos años el gran número de leyes que penalizan su hurto o su muerte: Fuero de Salamanca (siglo IX); Fuero de Cuenca; Fuero de Zorita de los Canes; Fueros de Molina de Aragón (siglo XII); Fuero de Usagre (siglo XII). En el Cartuario de Slonza se encuentra la escritura de una donación de heredad en Villacantol otorgada por el Mayor Gutiérrez en favor de Diego Citid, fechada el 3 de Noviembre de 1081, en la que se dice: “Urso galgo colore nigro ualente caetum sólidos dae argento”; hallar este tipo de perro inventariado nos da una idea del alto valor estimativo en que se le tenía. En el renacimiento sigue viva y pujante la tradición galguera y así Martínez del Espinar escribe en su (Arte de Ballestería y Montería): “Muchas maneras hay de matar estos animales (las liebres), diré las que en España usan: correnlas con galgos, que aquí los hay ligerísimos, y así mismo lo son algunas liebres, que se les escapan sin poderlas alcanzar; y no porque corren hoy dejan de volver a sus querencias; antes estas liebres corredoras las continúan, porque tienen conocido el camino de su uida, y por la mayor parte se encaman cerca de alguna senda o camino, orilla de algún soto, monte o ladera, o tierra pedregosa, y así huyen de ellas y de ir cuesta abajo que las alcanzan luego en las laderas y tierra tiesa, parece que vuelan”. Es la geografía Castellana quién forja al galgo, tanto en la Meseta Norte: Valladolid, Zamora, Ávila Salamanca, Segovia, Soria, Burgos y Palencia; como en la Meseta Sur: Toledo, Cuenca, Guadalajara, Madrid y Ciudad Real, así vemos el Galgo extenderse por todas aquellas zonas llanas en las que no puede hacerle competencia el Sabueso. El Galgo Español a padecido el mayor atentado ecológico de todas nuestras razas autóctonas, por cruces indiscriminados con Greyhound. Estos mestizos son el centro de las fiestas sociales de la alta burguesía y la nobleza a comienzos del presente siglo. A las competiciones y copas en Fresno, Venta la Rubia, La Ina, Algete y el Golosos acuden las clases pudientes dispuestas a disfrutar de esta diversión galguera. Así el presidente fundador del Coto La Ina en 1919 es Juan Pedro Domech. En 1911 la Real Sociedad Canina, se apresuraría a reconocer de carácter oficial a esta entidad, cosa natural si sabemos que la Reina Dña. Victoria Eugenia corrió un Galgo a su nombre en uno de los concursos y que varios miembros de la familia real eran asiduos espectadores. La aparición del Anglo-Español trae como consecuencia que se vaya perdiendo en gran medida la afición a la caza, con muerte de la liebre, y se busque solo el espectáculo de la carrera. La memoria anual de la Real Sociedad Canina da una referencia obligada y constante del desarrollo detalladísimo de la competición haciéndose así cómplice de la creación de ese mestizo sin características morfológicas estereotipadas, cuya velocidad no es capaz de suplir la resistencia, rusticidad y tesón del auténtico Galgo Español.
Las denominaciones de Galgo y Lebrel se van asentando en la actualidad como verdaderos sinónimos de un mismo exponente de perro; sin embargo, no siempre fue así puesto que tenemos documentación que nos demuestra que el lebrel del siglo XIV poseía un tamaño medio, una cabeza bastante gruesa y alargada, la barriga voluminosa y unas ijadas poderosas como se desprende de la lectura del libro de la Caza de Gastón Phoebus. Con el paso del tiempo el Galgo fue variando su morfología, al mismo tiempo que cada vez más a menudo, se le denominaba lebrel o galgo indistintamente. HISTORIA CINOLÓGICA Se conocen tres variedades de Galgo Español: la variedad de pelo liso, la de pelo largo -prácticamente inexistente- y la de pelo duro. De las tres, la primera es la que encontramos fácilmente en los certámenes caninos de belleza, en las pruebas de campo y en las competiciones que tienen lugar en los canódromos. Perfectamente adaptado a la geografía ibérica, a la aridez de nuestros campos y a nuestro clima cambiante y anárquico, el Galgo de pelo liso se ha convertido en la variedad idónea y mejor adaptada con el paso de los años; la naturaleza se ha encargado de configurar una raza que resistiera perfectamente la agresión de los animales salvajes y el roce de las zarzas y rocas. El Galgo nos recuerda a los remotos perros faraónicos, que figuraban en las tumbas del antiguo Egipto.
Sin demasiado temor a equivocarnos podemos asegurar que el Galgo Español es un descendiente del Vertades Romano, que llegó a España junto con los romanos. Esta raza romana, a su vez desciende del Lebrel Egipcio, por lo que no es de extrañar que el Galgo Español se asemeje a esta raza faraónica. La única diferencia destacable es la colocación de las orejas, puesto que, mientras que estos perros egipcios poseían unas orejas erguidas, el Galgo luce unas orejas semicaidas en rosa. Otra hipótesis afirma que los Celtas fueron los que trajeron el Galgo a la península cuando se instalaron en las Galias, y de ahí el nombre de Galgo del latín Canis Gallicus. De lo que no hay ninguna duda es que el Galgo viene de los antiguos perros faraónicos. Existe todavía otra hipótesis, que no parece muy lógica, según la cual desciende del Sloughi, y llegó a España con los árabes hacia el sigloIX. Las últimas investigaciones apuntan la posibilidad de que llegaron dos ramas de perros parecidos provenientes de dos puntos diferentes (los romanos y los Celtas) y que los sucesivos cruces entre ellos a lo largo de los años podrían explicar la diferencia que existe entre los Podencos y los Galgos.
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